Kenia es un país que parece haber sido esculpido por la imaginación de la naturaleza y el pulso de la historia. En el corazón de África Oriental, entre el azul profundo del océano Índico y las cumbres nevadas del monte Kenia, se despliega una tierra de contrastes vibrantes: sabanas infinitas donde los elefantes caminan al amanecer, lagos salpicados de flamencos que tiñen el agua de rosa, y ciudades que laten con energía creativa y diversidad cultural.
Aquí, la geografía no es solo paisaje: es protagonista. El Gran Valle del Rift atraviesa el país como una cicatriz majestuosa, revelando volcanes dormidos, lagos de soda y tierras fértiles que han sido hogar de civilizaciones ancestrales. En sus parques nacionales, la vida salvaje se muestra sin filtros: leones que descansan bajo las acacias, jirafas que se recortan contra el horizonte, y migraciones que transforman la tierra en un espectáculo de movimiento y supervivencia.
Pero Kenia también es alma. Es el canto de los pueblos masái al atardecer, la ceremonia del té en una casa de Nairobi, el ritmo del benga que se escapa por las ventanas de un matatu. Es una nación que abraza más de cuarenta grupos étnicos, cada uno con su lengua, su arte, su forma de entender el mundo. Y en esa diversidad, encuentra su fuerza.