NAMIBIA

Namibia no se explica. Se intuye

Un crujido bajo las botas: grava blanca, seca, infinita. Un cielo que no termina, ni empieza. Solo está. El olor del polvo caliente, mezclado con sal marina, aunque el mar esté a cientos de kilómetros. Una gacela inmóvil, como si el viento la hubiera esculpido. Una carretera que se pierde en la nada, y en esa nada, todo.

Namibia es el eco de un continente que respira lento. Es el silencio que no incomoda. Es el color óxido de las dunas al amanecer, el gris de los naufragios en la costa, el verde inesperado de un oasis en el norte. Es el rugido de un león en Etosha, lejano pero presente. Es el canto de los Himba, el click de una lengua ancestral, el murmullo de una historia que no se escribió, pero que vive en las piedras.

Aquí, el tiempo no corre. Se evapora. Y tú, viajero, no llegas. Te disuelves.

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