Entre el mito y el movimiento.
Partido en dos por las aguas restauradoras del Nilo, Egipto es un país que vibra entre lo eterno y lo efervescente. Al este, los templos de Luxor y Abu Simbel se alzan como himnos tallados en piedra, testigos de una civilización que desafió al tiempo. Al norte, el delta verde se abre como una promesa fértil, mientras las ciudades sensoriales de El Cairo y Alejandría palpitan entre el río y el mar, entre la historia y el presente.
Este es un destino que exige todos los sentidos. Aquí se baila con los ojos cerrados al ritmo de la danza sufí, se saborean almuerzos lentos a la sombra de palmeras junto al Nilo, y se camina en silencio por el Valle de los Reyes, donde cada tumba es una puerta al más allá.
Pero Egipto no vive solo en sus ruinas: es también una nación moderna, vibrante, que se reinventa entre los aromas del zoco, la arquitectura contemporánea y el pulso mediterráneo.
Entre África y el mar, entre lo sagrado y lo cotidiano, Egipto sigue siendo lo que siempre fue: un país que no se termina de conocer, pero que se siente desde el primer instante.